sábado, 24 de enero de 2009

Evocación

"¿Por qué estás triste?" -me preguntó esta mañana la persona que estimo. "No debes estar triste" -sentenció a continuación. Y yo, que sé que tiene razón, no tenía respuestas para su pregunta ni fuerzas para adherirme a su resolución. Suele sucederme con cierta frecuencia: se trata de una melancolía que se asienta en mí y, sin que existan motivos para la tristeza, hace que me sienta triste. En esos momentos, anhelo la presencia de la mar, la Paz que emana de ella. Sí, son momentos en que me gusta perderme por orillas donde no haya gente, escuchando sólo el murmullo de las olas que parecen hablarme y comprenderme. Las personas que saben más que yo de psicología, afirman que no es ésta una buena solución, que el ser humano ha de hallar sus respuestas siempre junto con otros, nunca en soledad. Sin embargo, la práctica de esta soledad a mí me ha hecho estimarla y, sin poderlo evitar, muchas veces me siento parte de ella. ¿Acaso anhelo esta soledad? ¡Rotundamente no! Pero a veces me llama. Y ahora estoy más convencido que nunca de que no puede hacerme ningún daño. Ahora ya no. Pero la respeto, como se respeta a un amigo, del que sabes que, si algún día lo necesitas, estará ahí para tenderte su mano. La estimo como se estima a una madre, a la que nunca dejamos de evocar en los momentos de flojera interna y a la que, ya hace años, yo mismo comparé con la mar. Es por eso que, aunque a veces sienta esa melancolía, sé que no es nada malo: se trata sólo de una evocación. Y sé también que ella, la que me estima y me pregunta: ¿Por qué estas triste? acabará comprendiendo que no se trata de tristeza. Que es algo que está ahí y que de vez en cuando aflora. Algo ajeno a mí, pero muy próximo al mismo tiempo. Algo tan normal como inexplicable con palabras exactas. ¿Es un rasgo? Tal vez. Yo sólo sé que es parte de mí... como ella, que me pregunta y me estima. Son... mi vida.

¡MADRE, ES LA MAR!
(A mi madre, que anclada tierra adentro,
siente la vida pasar)

Veo en la mar tu rostro reflejado
en las mañanas que medito junto a ella.
Veo los surcos de tu noble frente
grabados por las olas en su lecho de arena.
Oigo tu voz mecida por las aguas,
que viaja incansable por la mar de mi mente
...y siento el placer de tus caricias...
en el beso suave de sus olas complacientes.

Te siento a ti, madre,
tan lejos y tan cerca, por la mar.
Siento el olor de tu cuerpo
envuelto en mil aromas de arenas y de sal.

Madre, ¡es la mar!

La de mis sueños de niño.
La que cada verano me llevabas a ver
y en la que se perdía mi mirada inocente,
envuelta en los azules de tan mágico ser.

Madre, ¡es la mar!

No sientas celos de ella, pues me trae tu imagen,
evoca los recuerdos más remotos
de mi vida de niño y renueva las caricias y besos
de tu inmenso cariñ0.

Madre, ¡es la mar!

Mudable, como tú:
suave y apacible, repleta de caricias
o iflexible y dura,
como la vida misma.

Madre, ¡es la mar!

¡Siénteme junto a ella,
evocándote a ti!
Imagina que encuentro en su dorada orilla
un lugar apacible donde poder vivir.

Madre, ¡es la mar!

La mar de tus caricias saladas
y de tus dulces besos.
La mar de tu alegría y tu tristeza.
La mar de nuestros sueños.

Madre, ¡eres tú... la mar!

miércoles, 7 de enero de 2009

Sueños

A veces me pregunto si es lícito tener sueños. O tal vez no sea ésta la cuestión. Puede ser lícito pero, ¿hasta que punto es normal? Invariablemente, siempre suelo responderme que no sólo es lícito y normal, sino que también es bueno. A mí me encanta soñar, imaginar paraisos, perderme por los caminos que sólo el amor transita, dejarme llevar por la poesía que encierra una imagen, una palabra, una ilusión... Soñar significa anhelar otra vida -tal vez imposible-, un mundo distinto. ¿Quién, siendo niño, no se ha sentido héroe, caballero o princesa? ¿Quién, a lomos de su imaginación, no ha viajado hasta lejanos planetas o reinos ignorados? ¿Quién no ha sido feliz, con sólo tener estos sueños y ser al menos una vez, protagonista en ellos? ¿Es, pues, soñar, sólo potestad de los niños? Yo creo que no. Y me afano en inventarme sueños nuevos cada día, mientras me siento despierto y vivo. Y miro, a lo lejos, la Isla Plana de Nueva Tabarca y la imagino poblada por corsarios y por seres mitológicos que nada tienen que ver con sus pacíficos moradores, pero que sirven para que mi imaginación pasee con las olas y escriba sobre ellas historias y leyendas de otros seres, de otros mundos. Como tantas otras cosas -los pinos de la sierra, las rocas en las que escriben historias el viento y la lluvia...- Tabarca me sirve para soñar. Sólo hay que mirarla a cualquier hora del día, para verla diferente cada vez. Cuando amanece, parece que el Sol durmiera en ella: se levanta pausado y simula devorarla. Luego, el contraluz la baña de plata y es como si la convirtiera en una nave, en un submarino emergente que navega vigilando la costa, mientras las gaviotas vuelan cerca de él, esperando que las alimente. ¿Quién viaja en ese barco? ¿Cómo impedir que mi imaginación se invente unos tripulantes y una misión secreta? Una misión de Paz. Como no podría ser de otra manera. Porque sólo Paz puede nacer de una imagen tan hermosa.

TABARCA

He caminado sobre la fina arena
buscando el beso de las azules aguas
y entre nieblas y nubes de bonanza
te vi en la lejanía...

-¿Quién eres?- grité mirando al viento.
Y las olas me trajeron tu respuesta,
envuelta en las espumas
cuajadas por mil vidas que allí tienen su hogar:

-¡Soy Tabarca, Tabarca, Tabarcaaaaaaa!
Tabarca de corsarios.
Tabarca marinera.
Tabarca gaviota que navega
sin que mi quilla hiera
a las aguas que me dan lecho y vida.
Tabarca: monte, playa, mar y cielo.
Tabarca: Sol y Luna, estrellas, viento y mar.
Así soy yo, así es mi vida, así es mi hogar...

Hogar de marineros que trabajan
hurgando entre las aguas que me acogen
para que ellas den sustento a sus vidas.
Hogar de gaviotas viajeras
que vuelan altaneras
y dan fiel compañía al pescador.
Así soy yo...
¡Tabarca! ¡Tabarca! Tabarcaaaaaaaa!

Cogí tu voz lejana con la brisa
y la saqué de la mar,
más seguí oyéndola corriendo por la arena
y redoblando en la ruda roca
que forma la pared del malecón.

-¡Soy Tabarca! ¡Tabarca! ¡Tabarcaaaaaaa!
Tabarca de corsarios.
Tabarca marinera.
Tabarca humilde.
Tabarca altanera,
porque ni la mar más fiera
ha conseguido mi temple alterar.
Tabarca de la mar
pues en la mar vivo,
en ella navego
y a su amor me entrego
con toda la pasión que da un amante.
¿Quién soy yo sin la mar?
Ella me abriga, me mece y me golpea.
Ella es mi amiga, mi ser y mi dolor.
Ella es tan mía, igual que yo soy de ella.
Tabarca de la mar, que me hace bella,
me otorga su color y me da vida.

Y así, tu voz seguía corriendo por la playa
en la suave mañana del estío.
Mas llegó la tormenta, súbitamente,
y un viento huracanado, golpeando mi frente,
volvió a gritar tu nombre: ¡Tabarcaaaaaa!
Y entre sus voces, como un lejano eco,
llegó otra vez tu voz a mí:

-¡Yo soy Tabarca! ¡Tabarca! ¡Tabarcaaaaaaaa!
Tabarca de corsarios.
Tabarca marinera.
Tabarca monte y Sol,
Luna y estrellas.
Tabarca tempestad.
¡Tabarca de la mar!