martes, 17 de mayo de 2011

No te rindas



“Muere un poeta y la creación se siente
herida y moribunda en las entrañas.
Un cósmico temblor de escalofríos
mueve temiblemente las montañas,
un resplandor de muerte la matriz de los ríos”.

En su “Elegía primera” a Federico García Lorca, con estas palabras manifestaba Miguel Hernández la sensación que se creaba tras la muerte de un poeta. Hoy, día 17 de mayo, se cumplen dos años desde que otro insigne cosechador de palabras nos dejara para siempre: Mario Benedetti. Sin embargo, pese al dolor que la muerte inevitablemente provoca y al desamparo en que nos deja a los que permanecemos aquí, lo cierto es que un poeta de esta talla jamás muere definitivamente. Su obra, sin duda, continua discurriendo en el lecho de la vida, letra a letra, palabra a palabra, impidiendo que su presencia se borre. Y no son recuerdos, sino realidades diarias. Dos años después de su muerte, Mario Benedetti continua vivo, totalmente presente en cada verso que se recita, en sus canciones, en sus relatos y, sin duda, sucederá exactamente igual dentro de cien años.

Nació en Paso de los Toros (Uruguay) el 14 de septiembre de 1920. Su vida se repartió en varios países: Uruguay, Argentina, Perú, Cuba, España... Sufrió en carne propia el exilio forzado de las dictaduras, pero nunca dejó de escribir: más de 80 libros (algunos de ellos traducidos a veinte idiomas). En su obra, además de poesía, contiene novela, cuentos, drama y ensayo, además de un buen número de discos. Es tal la magnitud de su legado y la impronta marcada en todo el mundo, que su presencia ha quedado garantizada para siempre, tal vez más que las pisadas de los dinosaurios que algunos pueblos se esfuerzan en conservar.

Sé que serán muchos los que hoy hablen de él. Y seguramente sus voces estarán muy por encima de esta mía, tan pequeña y humilde. Sin embargo, tal vez debido a un absurdo ramalazo de osadía, yo quiero dejar aquí constancia, en este modesto blog perdido en las entrañas de la red, de mi recuerdo –de nuestro recuerdo, compañeros de “Caminos”- hacia el maestro, que nos ha dejado en herencia los poemas que hoy nos sirven para ilustrar nuestros recitales (modestos, pero sentidos recitales). Y quiero pensar que si él hubiera conseguido escucharnos recitar, no se hubiera sentido defraudado. El pasado viernes, día 6 de mayo, en el Aula Magna de la Universidad Miguel Hernández, volvimos a darle voz a los poemas de Benedetti y su voz –asociada a la nuestra- se encontró sin duda con Miguel Hernández y se fundió con él en un abrazo emocionado y cómplice.

Siguiendo su consejo, vamos a intentar no salvarnos, para no quedar adocenados. Vamos a continuar gritándole a cada señor ministro “De qué se ríe”; vamos a suspirar de amor con “Corazón coraza” y, sobre todo, vamos a no rendirnos porque aún estamos a tiempo “de alcanzar y comenzar de nuevo”. Hoy, 17 de mayo, como siempre, o tal vez un poco más que siempre, sigue en nuestra memoria –siempre vivo- Mario Benedetti.

martes, 10 de mayo de 2011

Estados de ánimo


Los días van transcurriendo dentro de una tediosa mediocridad. El de hoy no es especial en este sentido. Por fin he conseguido poner la lavadora; la ropa está tendida en la terraza, ya completamente seca, esperando que yo acumule ánimos para subir a recogerla. Esto soluciona un problema y creará otro: la ropa ya estará limpia pero habrá que planchar parte de ella. El apartamento, por otra parte, continua acumulando suciedad de un modo sutil, pero implacable y sé que aún no estoy bien como para plantearme el limpiarlo. Mi pierna izquierda, después del último achaque, aunque apenas me duele, mantiene su rigidez impidiéndome caminar con soltura, impidiéndome planificar acciones que impliquen el mínimo esfuerzo, advirtiéndome a cada movimiento que puede castigarme con algo mucho peor si no le doy el reposo que me exige. Hasta que no ocurren estas cosas, uno no se da cuenta de qué modo el propio cuerpo puede erigirse en dictador, poniéndonos condiciones, cambiando nuestro modo de vida, impidiéndonos planificar como hubiésemos deseado. Mirando la calle, veo que hace un sol espléndido, y no puedo dejar de pensar cómo me gustaría caminar por el paseo, cerca de la mar, o bien por los senderos de la sierra, entre los pinos y barrancos. Cada día de primavera, sin salir de casa, parece un día perdido. Un día que se cuela por el inodoro impulsado por el agua que fragua nuestra frustración.

Sin embargo podría ser peor. Éste es el consuelo: podría ser peor. Enciendo el ordenador: reviso la correspondencia, elimino lo que no me interesa, respondo algún mensaje, entro en Facebook y procuro enterarme del estado de ánimo de la gente de mi entorno. Hago un crucigrama, leo un rato, preparo la comida y como, escucho la radio, duermo la siesta... En fin... son pequeñas cosas que me hacen sentir bien. Luego me ducharé (cuando recoja la ropa del tendedero), merendaré (serán cerca de las seis) y me iré a reunirme con mi compañera que me alegrará aún más la vida, pero que, si quiere pasear, deberá hacerlo sola, ya que yo todavía no puedo. Por todas estas cosas, debería dar gracias, aunque no sé a quién ni por qué. En cualquier caso debería sentirme satisfecho, ¿debería sentirme satisfecho? Tal vez sí, ya que podría ser peor. Pero desgraciadamente no lo consigo, al menos no lo consigo siempre. Mi estado de ánimo necesita nutrirse de otras rutinas o, al menos, gozar de libertad para escoger las que más me atraigan en cada momento. Ahora mi pierna –una parte de mi cuerpo- me impide esta libertad y ejerce sobre mí su dictadura, haciéndome sentir vulnerable y poco menos que nada.

ESTADOS DE ÁNIMO
(de Mario Benedetti)

Unas veces me siento
como pobre colina
y otras como montaña
de cumbres repetidas.

Unas veces me siento
como un acantilado
y en otras como un cielo
azul pero lejano.

A veces uno es
manantial entre rocas
y otras veces un árbol
con las últimas hojas.

Pero hoy me siento apenas
como laguna insomne
con un embarcadero
ya sin embarcaciones

una laguna verde
inmóvil y paciente
conforme con sus algas
sus musgos y sus peces,

sereno en mi confianza
confiando en que una tarde
te acerques y te mires,
te mires al mirarme.