sábado, 22 de diciembre de 2012

A la memoria de ANTONIO SERRANO SELVA

Ayer, Antonio Serrano Selva, imagino que harto de pelearse con la vida, nos dejó para siempre... o tal vez no nos dejó para siempre (que esto no es más que una frase hecha, un convencionalismo más a los que solemos acogernos para quedar bien). En realidad él nos ha dejado sólo hasta el momento en que nosotros lo olvidemos. A mí, personalmente me va a costar olvidarlo. Y no porque tuviera con él una gran amistad, que no la tenía; en realidad hace justamente un año que lo vi por última vez. Tampoco voy ahora a hacer uso aquí del recurso, que se utiliza siempre cuando se habla de alguien que ha fallecido, de ponderar sus virtudes y de decir que era una gran persona. No lo haré porque estaría incurriendo en un vicio que, estoy seguro que él no aprobaría. A mí, Antonio Serrano me pareció siempre un hombre íntegro; demasiado íntegro en ocasiones. De una integridad tal que a nadie podía dejar indiferente, y que seguramente le granjeó amistades y enemistades. En los últimos años, tal vez su carácter no era controlado por él mismo, y esto no siempre se entiende. Nos conocimos el año 2007, en las Aulas de la Experiencia de la Universidad Miguel Hernández. Allí participó en el recital que ofrecimos al poeta Miguel Hernández... y en los sucesivos. La poesía era para él mucho más que un pasatiempo, supuso un motivo, un aliciente que le hacía sentirse vivo, que le motivaba. Más tarde firmó los estatutos para constituir la Asociación Cultural “Caminos” y participó en los recitales conmemorativos del centenario del nacimiento de Miguel Hernández. Ponía pasión en cuanto hacía. La poesía, leída por él, llegaba al público perfectamente interpretada. Nunca se le pudo reprochar que viese sólo letras al mirar el papel impreso. Él transformaba las letras en la intención, la emoción y el paisaje que sin duda el poeta había querido transmitir, y todas esas sensaciones llegaban perfectamente al público. En todos estos años (de 2007 a 2010... e incluso 2011) he tenido muchas conversaciones con él y también muchas anécdotas. Siempre supimos respetarnos, a pesar de –en muchos aspectos- pensar muy diferente. Hablamos de religión. Él no entendía por qué yo no era creyente; pero nunca me presionó. A veces me decía: “Gracias al que está arriba...”, y yo le respondía: “¿Me hablas de un palmerero...? Entonces, él en lugar de enfadarse, se reía. A su manera, Antonio Serrano también era un poeta. En este aspecto, la poesía supuso también para él un válvula de escape, un medio por el que desarrollar su creatividad, su sensibilidad. Escribía poemas, fundamentalmente dirigidos a las personas que estimaba. Yo tuve la suerte de recibir de él este poema que guardo desde entonces, y ahora más, como el regalo de un amigo querido:

LA INSPIRACIÓN

Si quieres vivir poesía
con maestría y primor,
en la Universidad de Elche,
encontrarás la mejor.

Se dice con gran dulzura;
con fuerza y admiración;
y todos sus componentes
cada vez, lo hacen mejor.

Cuando hay que recitar,
se hace con tal pasión,
que imposible es mejorarlo
de una forma superior.

Cada cosa en esta vida
tiene una explicación;
y en este caso la tiene,
el que estamos inspirados
por un ser muy superior.

Él, siente la poesía
de una forma magistral;
y ello nos hace sin duda
que al salir a recitar,
lo hagamos con ilusión
pensando en los demás.

Esta persona en cuestión
por su manera de ser,
pasa siempre inadvertido
dada su gran sencillez.

Y cuando alguna duda existe
cuando hay que recitar,
siempre se acude al mismo hombre,
¡¡al señor Pepe Adsuar!!

Indiscutiblemente, en este poema, me pone unas cualidades que tal vez no merezca, pero lo que si leo en él es respeto y amistad, dos grandes cualidades que nos unieron. Insisto en lo que dije al principio: Antonio Serrano estará entre nosotros mientras que nosotros nos acordemos de él. Ya forma parte de nuestra historia. La vida nos trae muchas vivencias, pero el final es inexorable, siempre llega y, en la mayoría de ocasiones, con sufrimientos y dolor. Él ya no sufre, pagó su cuota con creces. Como dejó escrito Miguel Hernández, es “alto de mirar a las palmeras”. Ojalá recordemos siempre –perdonando, que de humanos es perdonar, los momento malos- todos los momentos buenos que con él hemos compartido. Y que así permanezca en nuestra memoria... hasta que la vida quiera.